Por Andrés Toribio
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Profesor Andrés Toribio |
Santo Domingo Este, R. D.- El maestro debe estar unido a las fuerzas vivificantes de la vida infantil, tiene que estar identificado con la complejidad del desarrollo del niño. No se puede concebir un educador alejado de los latidos indetenibles del corazón de una criatura que necesita algún tipo de orientación.
Un buen educador significa aceptar una alegre sumisión a los impulsos que animan al individuo, en procura de señalarle el camino del bien. Pero debemos poner cuidado en el terreno en que sembramos la semilla, para que pueda germinar de manera propicia, de ese modo, tendremos una mejor cosecha, ya que estuvimos conscientes de que elegimos una tierra fértil para todas las posibilidades del desarrollo.
El niño que está ante nosotros debe ser visto como un ser que su sola presencia constituye para el maestro un futuro hombre lleno de porvenir. Es una persona presente en una actividad, la cual llevamos a cabo de manera agradable y que culminará en un triunfo para el sujeto, principal eje del proceso de enseñanza.
Pero todos debemos estar conscientes de que es una empresa difícil, debido a la precariedad de las condiciones materiales y morales de la escuela actual. No obstante, no podemos desmayar, sino iniciar el nuevo curso con mayor entusiasmo, la misma alegría y mejores proyectos.
Aunque no recorramos con el niño más que un corto camino, la senda se embellecerá con nuestras dos presencias. “Porque la educación es el lugar de encuentro del pensamiento del adulto y el pensamiento del niño. Ser un buen maestro significa, ante todo, saber volverse niño y ponerse al nivel del niño, sentirse implicado en ese reino transparente donde la recíproca amistad lleva a cada uno al encuentro con los demás”.