Por el Dr. Jorge Ronaldo Díaz González
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Dr. Jorge Díaz (Abogado) |
Mi madre, quien tiene una inteligencia envidiable y una caligrafía que ya quisiera poseer, apenas alcanzó un sexto grado de la educación primaria, y no pocas veces nos corregía la dicción y la ortografía, aun siendo nosotros estudiantes del bachillerato.
En el barrio de San Carlos donde me crié, muchos profesionales pasaban largas horas conversando de diversos temas con ella, y no pocas veces escuché consultarle su parecer sobre cuestiones relativas sus respectivas profesiones. Perdí la cuenta de las veces que la escuché hablar animadamente de medicina con los médicos del hospital donde ella fungía como Encargada de Costura. Al cabo de muchos años no pocos profesionales que la conocieron olvidan resaltar su grado de desarrollo mental.
Hoy en día la inflación de la inteligencia ha hecho que se requieran muchos títulos académicos para ser realmente inteligente, pues de nada nos sirve una simple licenciatura
En nuestros tiempos se requiere hablar varios idiomas, tener una maestría, un doctorado, haber hecho cursos y seminarios en universidades prestigiosas; tener un doctorado en amiguismo, ser muy diplomático y conservador; pero sobre todo, pertenecer a un selecto grupo de académicos contertulios, escritores de libros y artículos periodísticos; sin olvidar por supuesto, darle mucha coba a religiosos, políticos, académicos y ricos reconocidos; así como frecuentar lugares donde pueda uno ser fotografiado y salir en las revistas de la gente “importante”. No poseer esas conexiones y prendas académicas lleva inexorablemente un artículo nuestro a la papelera de reciclaje o al cesto de los papeles de un periódico cualquiera.
Por eso leyendo la prensa de hoy una sonrisa afloró en mi rostro, al leer la reseña y el resumen de lo que dice el informe presentado por el coordinador de la Oficina de Desarrollo Humano del PNUD, Miguel Ceara-Hatton, quien refiere una investigación que abarcó dos años, realizada con el fin de elevar el nivel del debate con relación a las políticas de desarrollo, tomando en cuenta los aspectos de política social, educación, salud, empleo, seguridad social, asentamientos humanos, justicia y derecho, la situación haitiana y la cohesión social.
Ese estudio arrojó entre otros resultados, que en nuestro país existe “Poco progreso en la mejoría de las condiciones de vida de los dominicanos, debilidad en la política social, un crecimiento económico que genera exclusión social, calidad deficiente en las áreas de educación y salud y bajo financiamiento.”
Lo risible es que todo eso lo sabe cualquier chiripero de barrio y sin embargo hubo de gastarse mucho dinero de los contribuyentes (de aquí y del extranjero), para confeccionar éste informe, que de seguro utilizó gran cantidad de profesionales con maestrías y doctorados en economía y ciencias sociales, los cuales acaban de descubrir la fórmula del agua tibia.
Ahora de seguro duraremos otros dos años discutiendo los resultados de ese estudio, hasta que a otro burócrata se le ocurra mantener aceitada la maquinaria del parasitismo gubernamental de este mundo, que ya raya en la burla grosera a la inteligencia del hombre de a pie.
Pero quienes apenas hemos realizado un postgrado en supervivencia en la universidad de la vida, también queremos opinar y realizar nuestro propio estudio. Yo haré el mío basándome esencialmente en la experiencia cotidiana, sin más herramientas científicas que la observación e interpretación de la cruda realidad.
Como ustedes saben la ignorancia es atrevida, y como no tengo maestría, doctorado ni nada que se le parezca, no voy a desglosar la Política Social por los temas de Educación, Salud y Empleo, sino cual ignorante al fin y al cabo, cometeré quizás el sacrilegio de analizar estos temas en su conjunto.
Empezaré diciendo que todo empieza por la ACTITUD y continúa con la EDUCACIÓN.
Con un cambio de actitud dejaremos de esperar resultados distintos haciendo siempre lo mismo.
Con la educación aprenderemos, por ejemplo, que los buenos hábitos de higiene y alimentación conducen a la buena salud física del individuo y mejora significativamente la salud en general de la población.
Con la buena educación también se aprenderá por añadidura moral y cívica, urbanidad o como usted quiera llamarle.
Esas son en definitiva herramientas invaluables para incentivar las buenas maneras de comportamiento del individuo en la sociedad, con lo cual se reducen significativamente las causas de perturbación social, tales como: la violencia de genero, la delincuencia, la higiene de las calles y avenidas, la preservación del medio ambiente, la violencia intrafamiliar; se reduciría la tendencia a la automedicación, la importación de medicamentos y otras tantas lacras que afectan nuestra sociedad.
Con la buena educación se incentivaría también el desarrollo de la industria metalmecánica, de la química y la industria, y se degradaría el irracional consumo de productos y hábitos nocivos al medio ambiente.
Con la buena educación por igual se motivaría la originalidad de la gente, que es lo mismo que si dijéramos la creatividad. Se desarrollaría la industria y abandonaríamos el arte de copiarlo todo y buscar extrañas formulas de seguir cambiando pequeñas cosas para que todo siga igual.
Más aún, con la buena educación dejaríamos los folletos y los diplomados. Abandonaríamos la holgazanería intelectual y académica. Usaríamos la creatividad para otra cosa que no sea inventar cursos donde repitamos las ideas de otros para aumentar nuestros exiguos ingresos.
Abandonaríamos la piratería intelectual, buscando soluciones criollas a cuestiones básicas que solamente requieren mucho sentido común, poca hipocresía y una actitud sincera de resolver los problemas.
Con la buena educación aprenderíamos que eso del alcohol, el tabaco y las drogas son cosas de estúpidos, delincuentes, enfermos y comerciantes, y que ninguna de ellas conduce a otro sitio que no sea la cárcel, el cementerio, el hospital o el descrédito público.
Con la buena educación incentivaríamos la autogestión de las comunidades, reduciríamos la burocracia hipócrita y parasitaria que incide maliciosamente en nuestras vidas.
Con la buena educación la mala administración de justicia se reduciría a niveles tolerables, porque ya no dejaríamos que nos influenciaran las falsas o manipuladas informaciones.
Exigiríamos el respeto a un debido proceso de ley, y los políticos serían puestos a raya cuando traten de llevar una vida de millonarios, anidando sus crías en un barrilito donde evidencian su degradación moral.
Con la buena educación de la gente, los políticos se verían compelidos a ser más honestos y forzados a conciliar las ejecutorias que beneficien al país. Aprenderíamos que no hay que ser médicos, ingenieros, abogados o políticos para alcanzar buenos niveles de vida.
Comprenderíamos que la sociedad de consumo contribuye a que muchos pobres se mantengan con su misma miseria año tras año.
Entenderíamos de una vez y por todas que un cambio de actitud, una revolución en la educación, y menos voracidad en ricos y políticos pueden hacer cambios milagrosos en nuestro país. Sin muchos estudios y sí mucha planificación, pues sin ésta última seguiremos como barco a la deriva.
El autor es Abogado, no pertenece a ninguna ONG ni a la Academia de Ciencias. No recibe fondos de centros de estudios estratégicos, tampoco recibe fondos de programa alguno de las Naciones Unidas. Nunca ha pertenecido a círculos de intelectuales que tomen café en Centro Cuesta o Thesaurus, y por tanto no debe ponérsele mucho asunto a lo que dice.
Santo Domingo, R. D.
JRDG