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Diandino Peña: Nunca imaginé el dolor de la pérdida de una madre, es algo que hay que vivirlo para saber lo que significa.

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Por Gonzalo Ramírez


El pasado domingo, recibí la nefasta noticia del fallecimiento de la madre del ingeniero Diandino Peña, alguien a quien aprecio, estimo y respeto, además de un inmenso sentimiento de gratitud, que siento hacia él.  Presuroso, me dirigí  al velatorio y posterior sepultura de la señora Fedora Crique de Peña.   

Gracias a Dios Todopoderoso, soy hijo de padres vivos, pero aún así imagino el inmenso dolor del alma noble de Diandino y familiares, desgarradas por el violento desprendimiento de un pedazo de cada una de sus propias almas.  

Todo mundo sabe lo doloroso que resulta un parto o la pérdida de una madre, pero esos dolores hay que sentirlos, para de manera objetiva saber que tan fuertes son.

“Nunca imaginé el dolor de la pérdida de una madre, es algo que hay que vivirlo para saber lo que significa”, señaló completamente destrozado, Diandino Peña.  

Ante el féretro de su madre, pude ver a un Diandino, a Carlos y demás hermanos, completamente apesadumbrados y abatidos, ante la cruel realidad que enfrentaban.

Si Diandino y sus hermanos no se desplomaron totalmente, se debió a su gran fe y a su convicción, de que a su madre le esperaba una vida mejor, al lado del Todopoderoso.

Mientras estuve presente en la funeraria, ni un solo segundo cesaron los cánticos de paz y alabanza a Dios y lecturas de salmos. Un pastor nieto de Fedora, pronunció unas hermosas y alentadoras palabras de fe y esperanza,  indicando que un rayo de luz iluminaba a su abuela y que todos sus familiares tendrían la oportunidad de verla nueva vez.

Parecería irónico decir, ¡Cuán hermosa honra fúnebre recibió la madre de Diandino!, quien más que fenecida, parecía dormir plácidamente un hermoso sueño, bajo el manto sagrado de Dios Todopoderoso y la satisfacción de saberse rodeada del amor de todos sus hijos y familiares y la solidaridad de una gran multitud de amigos suyos y de su familia.

“A la muerte de mi madre, yo pude ver el testimonio de una manifestación de solidaridad, que yo no esperaba, tantos mensajes alentadores, sin lo cual, no hubiese tenido fuerza para pronunciar estas palabras”, dijo Diandino, en medio de su profundo dolor, ante el frío mausoleo donde serían depositados para siempre los huesos y carne de su madre, pues ya su alma había volado, como mansa paloma, a la morada reservada para ella, al lado del Padre Celestial.

Con voz entrecortada por el sufrimiento y pausada, que parecía la conmovedora voz de un pastor o de un sacerdote, Diandino continuó pronunciando el panegírico,  en honor a  aquella que le dio la vida.

“Debo admitir que con mi madre, yo tenía hábitos, como todos ustedes lo han tenido. Yo llegaba a la casa de mi  madre cada domingo, le decía en tono jocoso -para iniciar una conversación que la animara- “Dora” y ella me decía, “hijo, aquí estoy”, y hoy quisiera decirle “Dora”, pero sé que no me va a escuchar; pero sí le digo “mamá, aquí están tus hijos, aquí está Alba, aquí está Diandino, aquí está Felito, aquí está Yovany, aquí está Oscar, aquí está Carlos, aquí está Diana, aquí está Fior, aquí está Jhoni, aquí estamos todos, mirando hacia arriba, observando el despegue de tu vuelo definitivo, que vas a hacer como mansa paloma, que lleva sobre sus alas, mi  sentimiento de gratitud.

Así se expresa la infinita gratitud de un hijo, por la madre que le dio la vida, por la madre que le dio el ser, que con su gran esfuerzo, hizo de él y sus hermanos, hombres y mujeres de bien; pero el mejor testimonio lo da Diandino.

“Como mujer, renunciaste a todos los placeres mundanos; como madre, asumiste un sacerdocio ante tus hijos, conducirlos por el camino del bien, sujetos a los valores y ante todo el sacerdocio”,  continuó reconociendo los méritos de su amada madre, ante la tristeza y el dolor que contagiaba a su amigo – el Presidente Fernández- y a todos los familiares y amigos que le escuchaban.

“Con ese mérito, anunciamos ante el Todopoderoso, ha de concluir la misión que asumiste con tu ejemplo. Nosotros estaremos esperando el momento, que como consuelo y recompensa, seamos transportados junto contigo, más allá del astro rey, hogar, dulce hogar, donde juntos podamos convivir por los siglos de los siglos”.

Alentadoras palabras de esperanza, brotaban de lo más profundo de un corazón que se resiste a pensar que ha perdido a su madre.  La esperanza de ver nuevamente a su madre, le da fortaleza para seguir hacia delante, siguiendo el ejemplo y los valores que ella le legó. 

“Bendecir y darle gracias a Dios, por haber tenido una madre que sirvió de ejemplo y una madre que nos hizo sentir el mayor de los orgullos. Yo te acompaño mamá, todos tus hijos también, más no podríamos hacer, el Señor esté contigo”, a seguidas todos dijimos amén.  

Que Dios Todopoderoso, albergue en su Santo Seno, el alma de doña Fedora Crique, viuda Peña y que dé la fortaleza a sus hijos y demás familiares, para que puedan superar esa terrible pérdida.

Santo Domingo, R. D

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