Por Alfonso Báez
Rocainformativa.com
Estudiantes Liceo Fabio Amable Mota (Foto de archivo) |
Cada vez que llega un inicio de año escolar, las exclamaciones y las preguntas internas son súper conocidas ¡Qué caro están los útiles!, ¿Dónde conseguiré dinero para comprar lo de la escuela?, Subieron la mensualidad del colegio, cambiaron el uniforme; pero estaba nuevo el del año pasado, ¿Quién se levantará a preparar los muchachos?, ¡no boten las mascotas viejas! Y cientos de situaciones afines.
Lo que es claro, es que cuando los estudiantes ven que se acerca la fecha de la entrada a clase, “ven al demonio prendido en candela”, se fue el nintendo corrido, el internet, el chateo, el palomaje, la bicicletada con su calibrar y todo, la pedidera a los padres y el pasar el día inventando de todo.
Ese primer día… bueno… la palabra de la madre o del padre casi vociferando “levántense que ya es tarde”, ¿Dónde pusieron los cuadernos? Y la más fuerte es “no se atrevan a pedir un centavo”
Lo grande del caso es que al final de la escena, el alumno toma su camino rumbo a la escuela a pasito lento, saludando hasta los borrachos en el camino y calculando el próximo día feriado para juntarse con los “pana” o con las “jebitas” o viceversa en los casos contrarios.
Cuando llegan a su destino finalmente, saludan a sus “compinches” como si han llegado de un país extranjero, hacen tantas historias de “averías”, donde el 70 por ciento son imaginarias, pero de tanto decirlas, hasta ellos mismos se las creen.
Pero, esa por fin primera hora en el aula, la profe o el profe, explicándole de las reglas de juego en su hora, como entrar sin molestar, como sentarse, como lograr puntos, como pedir un permiso, la uniformidad, bla bla bla y luego sentarse a ver los a alumnos hablando de su real e imaginario mundo que viven en estos tiempos y de esa manera esperar la hora del cambio de aula.
Si es en bachillerato, el tradicional temor a las matemáticas, al maestro correcto y a la dirección que trata de hacer cumplir los reglamentos y ese amor constante a la ausencia de un maestro o una reunión de los profe, la dirección o con los padres, de la cooperativa y qué decir de la ADP.
Lo importante es saber que en su mayoría los alumnos no viven con sus padres y madres, por lo general viven con la madre, rara vez con el padre, una gran cantidad con abuelos y otros son más independientes que los “gitanos que deambulan por el mundo”.
Y recuerden que los resultados de los alumnos se reflejan al finalizar el año escolar con frases como estas: él era bueno en la otra escuela, la juntilla de aquí lo dañó, ese muchacho o muchacha es tranquilo en la casa, al profe le cogió con él o ella, yo sabia que me querían quemar, me quemaron los maestros, él no entraba a clase siempre, pero se portaba bien, ¿por qué lo saqué del colegio? Siempre exclaman los tutores.
Lo seguro es que si no se trabaja con los estudiantes desde la familia, la comunidad y la escuela como un sólo conjunto, no hay forma de lograr los resultados esperados por más planes, proyectos y tecnologías de punta.
Santo Domingo Este, R. D.–